martes, 12 de agosto de 2014

UN CORAZÓN HUMILLADO

Pastor Juan Betances
Mientras existimos, aspiramos a vivir en felicidad, en plenitud de vida. Todos queremos ser bendecidos y recibir las bondades de Dios, anhelamos que El nos conceda todo tipo de provisión. Jesucristo estableció las condiciones para ser bendecidos.  En el Sermón del Monte, dejó las reglas claras de cómo adquirir y tener acceso al bien y a las bendiciones. Dice la Biblia que Jesús, “viendo la multitud, subió al monte, y sentándose, se acercaron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: Bienaventurado los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. (Mt. 5:1-3)

Humillados para ser exaltados (I)
¿Qué significa bienaventurado? Es ser dichoso, tener gracia delante de Dios. La gracia de Dios es la cualidad que abre puertas en lo natural, para que sus riquezas espirituales, que sobreabundan en lo sobrenatural, se manifiesten en la tierra; es el atributo divino que nos abre las puertas de los cielos, para que descienda la provisión capaz de satisfacer nuestras necesidades y carencias, y que se manifieste en lo natural.

En el idioma griego original, bienaventurado es la palabra makarios, que significa alguien fortalecido, resistente, con capacidad y fuerza; viene de la raíz mak, y se refiere a algo grande o de larga duración. Significa ser bendito, prosperado espiritualmente, feliz, con plenitud de vida y satisfacción en el favor de Dios, completamente satisfecho, no por las circunstancias favorables, sino por la actitud que asume frente a las situaciones desfavorables, para obtener las bendiciones de Dios, con gozo, como si las estuviera disfrutando.

Salmos 138:6 dice: “Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos.” Grande es Dios y al vanaglorioso, al orgulloso, al soberbio, al altivo, mira de lejos, no se acerca a él. Al contrario, atiende al humilde, le presta su atención, lo asiste y  le pone su mirada. ¿Qué es la humildad? Es esa condición humana de aceptación y reconocimiento de sus debilidades y carencias, de convencimiento de sus limitaciones y de aceptación de la corrección y sometimiento a otro ser superior a él.

Para humillarse de corazón, hay que hacerlo en el espíritu, mostrando la pobreza de nuestro espíritu, que solo puede ser satisfecha por la riqueza abundante y sobrenatural del Espíritu de Dios. Como seres humanos, tenemos espíritu, alma y cuerpo. La naturaleza carnal, pecaminosa del hombre, lo induce al mal, al pecado, a satisfacer las pasiones, placeres y deseos de la carne. El corazón del hombre es engañoso y perverso, más que todas las cosas, dice la Biblia. Significa que la intención del hombre es mala por naturaleza, está inclinada a la maldad, tiende a corrompernos. Solo el Espíritu de Dios puede enseñarnos a ser mansos y humildes como Jesús. Porque los humillados en la tierra, serán exaltados por Dios en los cielos. El destrona a los poderosos de su trono y exalta a los de humilde condición. (Lucas 1:51-52)

Herencia de bendición (II)
Jesús es el testimonio de la humillación de Dios, quien no se aferró a su condición divina, sino que se despojó de sí mismo, haciéndose uno igual a nosotros, menos en el pecado, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. El mejor ejemplo de humillación nos lo dio el mismo Dios por medio de Jesús. Siendo Dios, Jesús se humilla hasta la muerte, y por su obediencia y humillación, fue exaltado luego hasta lo sumo.

Filipenses 2: 3-11 dice:” Nada hagan por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en ustedes este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.

El apóstol Pablo, en Gálatas 6:3 dice:” Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.” También, en Romanos 12:3 :” Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre ustedes, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” La autosuficiencia, el orgullo, la altivez, la arrogancia, la prepotencia y la soberbia nos separan de Dios. La humildad, abre los cielos a nuestro favor. Dios nos enseñó humildad primero, al hacerse hombre en Jesús, y someterse a las autoridades humanas, por amor a la humanidad caída, a los perdidos por el pecado.

Dios le dijo al pueblo de Israel, en Deuteronomio. 8:11-19:” Cuídate de no olvidarte del Señor tu Dios (…) no suceda que comas y te sacies (…) y se enorgullezca tu corazón, y te olvides del Señor tu Dios (…) que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso (…) afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien. No digas, pues, en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza, sino acuérdate del Señor tu Dios, que él te da el poder para hacer las riquezas (…) Mas si llegas a olvidarte del Señor tu Dios y andas en pos de dioses ajenos (…) de cierto perecerán.” Si Dios nos diera todo, nos entregara todo conforme a nuestros propios gustos y deseos, nos llenamos de orgullo y de vanagloria, creyendo que lo hemos conseguido por nuestras propias manos, sin recordarnos que todo bien proviene de Él, que toda buena dádiva viene del cielo, y entonces nos olvidamos de Él. Si comemos y nos saciamos, nos creemos que hemos logrado todo por nuestras propias fuerzas, sin entender que el poder para hacer las riquezas, las bendiciones, viene de Dios. Si nos olvidamos de Dios, andamos detrás y nos inclinamos por dioses ajenos a Él, que se manifiestan en nosotros a través del orgullo, de la avaricia, de la codicia, de la búsqueda de sí mismo, de la ambición desmedida, del egoísmo. Por eso Dios nos prueba y nos aflige: para moldearnos en nuestro carácter, en nuestro ser interior, pero a la postre para hacernos bien, para que podamos ser aprobados y no reprobados; para refinarnos como el oro y, al fin, podamos brillar resplandecientes por su luz; para procesarnos con fuego hasta quemarnos, pero jamás consumirnos por completo.

En Mateo 3:13-17 dice:”Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él.Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”

Cuando nos humillamos en obediencia a Dios, los cielos se abren a nuestro favor, y el Espíritu de Dios desciende sobre nosotros, porque tocamos el corazón de Dios, para abrir las ventanas de los cielos y recibir por posesión la tierra. Dios está hoy haciendo un llamado a tu vida. Puedes heredar la tierra como herencia, si estás dispuesto a aceptar sus tratos, a humillarte delante de su presencia. Puedes ver a Dios cara a cara, si le obedeces, si eres manso y humilde, si te acercas a su presencia con corazón arrepentido. Jesús dijo:” Aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón.” (Mt. 11:29) Y cuando los discípulos discutían entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor, tomó un niño en sus manos y dijo:” (…) el que es más pequeño entre todos ustedes, ese es grande.” (Lucas 9:46-48)

Corazón humillado (III)
Si desechamos la gracia, misericordia y favor de Dios, Dios no nos tocará ni abrirá su boca para hablarnos. Hay que aprender a escuchar la voz de Dios humillándonos delante de su presencia, para recibir sus enseñanzas. La madurez y la transformación del hombre solo es alcanzable a través de la intervención divina, y la humillación es la puerta de entrada a la gran cena para los convidados.
Un corazón humillado se caracteriza por:

1.       Pide ayuda en su necesidad. No se avergüenza de clamar y buscar por ayuda.
2.       Sigue los consejos de Dios, contenidos en su Palabra,
3.       No se resiste a cambiar su estatus o condición actual, cuando haya que adaptarse a nuevas situaciones.
4.       No persiste en mantener su imagen, su prestigio, su fama.
5.       No se cree infalible, sino que es flexible a cambiar sus conceptos para bien cuando sea necesario.
6.       Acepta perdonar, sin resentimiento; y no se hiere fácilmente.
7.       Tiene una valoración correcta de sí mismo y tiene identidad.
8.       Cambia fácilmente su estilo de vida y la manera de tomar sus decisiones, conforme al propósito de Dios para su vida.
9.       Se deja convencer por la verdad y acepta la corrección.
10.     No anda detrás de los primeros puestos ni contiende ni rivaliza por estar en mejor posición que los demás.


La falta de aceptación y reconocimiento hacen que perdamos la gracia de Dios. El no desprecia un corazón humillado. Si queremos ser bendecidos, hay que aceptar el quebrantamiento con humildad, porque a la caída le precede la altivez. Proverbios 16:18dice:” Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.” Es mejor caminar en la gracia de Dios en humildad, que andar en nuestras propias fuerzas en autosuficiencia, porque somos quebrantados en nuestra soberbia. Para que el diablo no nos devore, usa la libertad  que Dios ha puesto en ti, para humillarte bajo la mano poderosa de Dios. I Pedro 5:6-8 dice:” Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su tiempo; echando toda su ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de ustedes. Sean sobrios, y velen; porque su adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; “.  

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